Metodología

Entendemos por metodología el “modo de hacer”, la manera de recorrer el camino educativo para lograr el objetivo de favorecer el desarrollo integral del niño, teniendo en cuenta las exigencias y necesidades del mismo.

El hecho de que la intervención educativa con los niños de este nivel esté íntimamente ligada a la satisfacción de necesidades básicas, hace más necesaria la estructuración de una metodología.

La intervención educativa se sustenta en varias premisas. Por un lado, la individualidad y originalidad de cada niño. Por otro, la consideración de que todas las actividades que se realizan con el niño son educativas y deben ser coherentes con las estrategias de la familia: la función educativa debe guardar una estrecha relación con la que ejerce la familia. Los esfuerzos de ambos espacios (escolar y familiar) deben estar coordinados para incidir positivamente en el desarrollo y el aprendizaje de los niños.

Por todo ello debemos tener en cuenta algunos principios metodológicos que deben estar presentes en el camino educativo:

  • Principio de actividad. El niño tiene que “aprender a hacer haciendo”. No es un sujeto pasivo de la educación, es el auténtico y único protagonista de la situación. Debemos proporcionarle diversas, variadas y suficientes experiencias para que pueda llevar a cabo sus iniciativas: experimentar, manipular, explorar, investigar…
  • Principio de equilibrio emocional. Todos necesitamos sentirnos queridos y seguros, pero en el niño/a este sentimiento es mucho más vulnerable por la profunda dependencia que tiene del adulto. Necesita sentirse bien, seguro del cariño y aprecio de los mayores y sentir que sus necesidades están cubiertas.

En la intervención educativa debe primarse más que otra cosa la calidad de la relación que se establece entre el docente y cada niño. Esta calidad no puede medirse solamente por la atención que este recibe en lo que se refiere a sus necesidades básicas, sino que debe incluir también el cariño y el afecto que se le manifiesta cuando se juega con él, cómo se le habla, se le acaricia, se le responde, se le recibe, se le acoge… Estas manifestaciones de afecto actúan como verdaderos motores de desarrollo.

Del principio de equilibrio emocional se desprende que la relación afectiva, con sus exigencias, expectativas, demandas y respuestas, debe ajustarse a cada niño en particular teniendo en cuenta sus diferencias y características individuales, respetando sus ritmos, sus modos de ser, sus formas de moverse y desenvolverse, etc., lo cual nos lleva al Principio de individualidad.

  • Principio de colaboración familiar. Ya hemos hablado de la importancia que tiene la familia en la educación de los más pequeños y de la necesidad de colaborar estrechamente con el docente. Esta relación contribuye a informar a padres y docentes del funcionamiento de las rutinas y de las incidencias que se producen tanto en el contexto escolar como en el familiar, lo cual permite el establecimiento de acuerdos mutuos y de compromisos recíprocos en la labor educativa, a la vez que es insustituible para proporcionar a las familias la seguridad de que su hijo está siendo adecuadamente atendido, educado y estimulado.
  • Principio de juego. El juego es la actividad propia de esta edad. En el juego se aúnan, por una parte, un fuerte carácter motivador y, por otra, importantes posibilidades para que los niños establezcan relaciones significativas y el equipo educativo organice contenidos diversos, siempre con carácter global, referidos sobre todo a los procedimientos y a las experiencias.

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